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jueves, 10 de marzo de 2011

la historia de Rodrigo, y el miserable y torpe Heriberto

Heriberto nunca imagino que aquella noche, en la fiesta de su mejor amigo sería el protagonista de una aventura romántica. Se vistió de una manera casual, nada especial pasaría esa noche, creía él.
Rodrigo, estaba ansioso, sexualmente; no sabía cómo, ni con quien, lo único claro para él, era que esa noche encontraría a alguien con quien disfrutar una desenfrenada noche de sexo.
La fiesta era en una antigua y hermosa casa colonial, donde vivía Luis el mejor y único amigo de Heriberto. Todo estaba a oscuras, en la casa, solo se interrumpía esta oscuridad por el destello constante de un flash y las luces de colores de la esfera que giraba en lo alto y centro de la sala. Había suficiente licor, música e invitados. El ambiente era propicio para las más lujuriosas y excitantes situaciones.
Heriberto se miro rápidamente en el espejo, introdujo en su cartera varios billetes, se peino y salió por el taxi que lo esperaba afuera de su casa.
Rodrigo, se observo detalladamente en el espejo, por unos 40 segundos se detuvo a admirar aquello que él consideraba belleza; luego saco dos preservativos de alguna parte y los guardo en su bolsillo. Salió a la calle a parar un taxi.
Ambos eran jóvenes, altos, de piel blanca y rozagante. Ambos eran solteros. Pero a diferencia de Rodrigo, Heriberto era un hombre bien acomodado, económicamente. Rodrigo alardeaba de tener una mente brillante y desinhibida, y en realidad así era; en la humilde escuelita donde había estudiado toda su vida, siempre ocupo los primeros lugares, tenía muchos amigos, pero más amigas que amigos. Heriberto poseía una capacidad mental promedio, una personalidad introvertida y solo tenía un amigo. Su vida aunque lujosa, era miserable.
Rodrigo fue quien primero llego a la fiesta, observo hacia todos lados, agarro un trago y se sentó en la oscuridad. Nadie noto su presencia.
Media hora después, Heriberto llego, saludo a su amigo Luis y charlaron un rato. Luego, Heriberto noto que una voluptuosa rubia lo observaba fijamente desde el otro lado de la sala. Era una mujer muy hermosa, que vestía de una manera muy sensual. Heriberto no era un don juan, siempre había sido muy torpe con las mujeres. Y por más que deseara con0ocer a esa linda rubia, no era capaz de acercársele.
La mujer se levanto y salió a la terraza a fumar un poco, Heriberto la vio y fingió salir a hacer lo mismo, le pidió un cigarrillo a su amigo y le dijo que ya regresaba, aun cuando Heriberto no fumaba. Allí estaba la despampanante rubia, bajo la luz de la luna, era una diosa, él la miraba detenidamente, hasta que ella voltio, como atraída por su mirada, y Heriberto tuvo que desviar su mirada casi automáticamente y muy apenado. Ella le dijo, con la más suave y femenina voz que él habría de escuchar: “pensé que no querías conocerme”.
Era una voz muy femenina y persuasiva, hasta el extremo que parecía fingida. Por algunas dos horas continuaron hablando, riendo, bebiendo y bailando; para Heriberto todo parecía increíble. Él, el torpe y miserable Heriberto, junto a una carnestolenda rubia de voz seductora.
El parecía ebrio, en cambio la rubia seguía intacta, y mientras más ebrio era más hablador, romántico y desinhibido. Y ahora estaba excitado, si, aquella rubia seductora lo había excitado, estaba sudando frio, no podía parar de desear su cuerpo y casi no podía parar la erección en sus pantalones. Entonces con su recién adquirida personalidad desinhibida, le insinuó tener sexo, y ella acepto.
Si Heriberto hubiese pensado en eso, le hubiera parecido que aquella rubia estaba esperando toda la noche a que él le lanzara tal propuesta, pero no lo pensó, pues toda su atención estaba sobre los definidos senos de aquella rubia.
Subieron a un taxi, rumbo al motel más cercano.
Por su parte, Rodrigo también había conseguido pareja, no sabía su nombre, eso no le importaba al, y además ya estaba acostumbrado a eso. Encarguémonos mejor, de la afortunada historia del miserable y torpe Heriberto:
En el taxi, se besaron apasionadamente y se manosearon tanto, que el taxista no sabía distinguir quién era quien, a traves del retrovisor. Al llegar al motel, Heriberto le dejo al administrador todos los billetes que tenía en su cartera y le dijo: “que no nos molesten hasta mañana”.
Subieron a la alcoba, era cómoda y erótica, con una tenue luz roja, y a través de las paredes se escuchaban los gritos y gemidos de las parejas de las habitaciones continuas. Heriberto se sentó en la cama, mirándola a ella. La rubia mediante unos lentos y sensuales movimientos se fue deshaciendo de sus prendas, una por una. Cuando quedo completamente desnuda, Heriberto la tomo por la cintura, observo todo su rozagante y depilado cuerpo, se quito su ropa y la dejo caer sobre la cama de agua. A continuación la penetro tantas veces como pudo. No usaron protección, en un bolsillo de la ropa de la rubia había un par de condones que bien hubieran servido.
Es la nublada y fría mañana, de un triste día de noviembre, sobre la cama de agua de un renombrado motel de la ciudad, duermen plácidamente dos cuerpos contagiados de sida. Uno, es el miserable y torpe Heriberto, y entrelazado a él, se encuentra Rodrigo. El transexual Rodrigo.

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